15 noviembre, 2005

El invierno de Fortunato Pérgamo


Aquel año la primavera llegó a Fortunato con nombre de flor. Violeta se mudó a su edificio a principios de Abril. Trajo consigo un aroma desconocido que todas las noches viajaba por el patio interior sorteando cuerdas de tendederos y juegos de sábanas hasta alcanzar a Fortunato. Si Fortunato dormía, cuando Violeta llegaba al lugar donde se proyectaba su sueño, los colores de la pantalla pasaban del blanco y negro al tecnicolor. Sus sueños, hasta entonces dormidos, se llenaron de aventuras en las que él siempre era el detective que se ligaba a la chica del gánster que, invariablemente, se llamaba Violeta. Así transcurrieron la primavera, el verano y el otoño siguientes.

Con la llegada del invierno Fortunato decidió dejar su trabajo de contable en una fábrica. Descolgó el teléfono. Compró comida para varios meses. Necesitaba pasar más tiempo en casa. Para poder dormir. Para poder soñar. Tiempo para Violeta. Cada noche la esperaba en su dormitorio con la ventana abierta de par en par. Se acostumbró a dormir con la cabeza erguida y la nariz expectante, con la espalda apoyada en la cabecera de su cama y acomodado entre dos almohadones que colocaba a ambos lados de su cuerpo. Esa postura le permitía descansar los codos sobre los almohadones y permanecer durante toda la noche con los brazos extendidos para poder abrazar a Violeta. Lo único que abrazó ese invierno fue una neumonía que le colapsó un pulmón y lo arrastró a la cama de un hospital.

Durante su ingreso en el hospital llegó la primavera pero el invierno se quedó a vivir en Fortunato. Su enfermedad curó dejando una grave secuela: Fortunato perdió el olfato. Seis semanas más tarde regresaba a casa con los pulmones sanos y un invierno que no lograba sacarse de encima.

Incapaz de resignarse a su falta de olfato, intentó recuperar su extraviado sentido utilizando diversas técnicas: llenó su casa de ambientadores con olor a violetas, compró velas aromáticas que encendía todas las noches, incluso cocinaba con pétalos de flores en un intento de impregnarse de la esencia de Violeta. Todo resultó inútil.
Así fue como la pérdida del olfato se convirtió en la oportunidad de su vida. Harto de noches de insomnio sin recibir la visita de Violeta, un extraño día de primavera, Fortunato Pérgamo se sacudió el invierno que le habitaba. Con su mejor traje y un ramo de flores que no podía oler salió de su casa dispuesto, por fin, a recorrer la distancia que lo separaba de Violeta.

4 comentarios:

Angéline dijo...

Curioso invierno el de Fortunato pero quien puede culpar a un romántico por perseguir un sueño. Valiente Fortunato, afortunada Violeta. Brillante Princesa de Hojalata. Un abrazo.

princesadehojalata dijo...

Gracias Angéline, el brillo de mi hojalata se debe a tu reflejo. Leerte se ha convertido en algo imprescindible.
Un abrazo.

Angéline dijo...

Pasé por aquí y dejé unas velas de navidad rojas y doradas. Son aquellas de la entrada, las que tienen un lazo de destellos. Dan buena suerte si las soplas despacito. Un beso.

Alex dijo...

Me recordó (ya ahora ha vuelto a suceder) a los cuentos de O. Henry: Inocentemente tristes.

He regalado violetas (en tiestos, no me gustan las flores muertas) dos veces en mi vida.